Murió Raúl Ricardo Alfonsín. Nos deja físicamente uno de los políticos más lucido de las últimas seis décadas. Murió un prócer de la democracia, un militante de la humildad y honestidad. Después de todo ¿Nacerá en la argentina una clase de dirigentes y ciudadanos que imiten tamaña personalidad?
Dijo una vez un poeta que todos tenemos cura cinco minutos antes de la muerte. Y yo agrego todos tenemos una oportunidad de aprender de alguien cinco minutos antes de que nos deje para siempre.
Los gremios o el sindicalismo argentino no fueron precisamente amables o comprensivos con Alfonsín. Hubo durante su mandato 14 paros generales y movilizaciones en las calles y una oposición a su Gobierno muy rígida, que rayó la intolerancia.
Hoy estamos conmovidos por su partida. No por inesperada, sino porque sabemos desde lo más profundo de nuestros corazones que no vemos en el horizonte cercano lideres sociales que se asemejen a esa figura. Sentimos el dolor de haber un perdido un padre, un guía, un conductor. Ese es el llanto de esta Argentina que cada día se deteriora más en su tejido social y espiritual.
Los argentinos somos ciclotímicos. Es muy probable que en pocas horas más ya nos hayamos olvidado o capaz estemos llorando a un “ídolo” cuya vida es diametralmente opuesta a la que nos mostró Alfonsín.
Recordemos que un día salimos todos a celebrar la decisión de Galtieri de enfrentar a Inglaterra para recuperar la Islas Malvinas – que son argentinas- cuando hacía horas que le reclamábamos a ese gobierno de facto por la muerte y desaparición de miles de personas.
Por eso lloramos a Alfonsín, porque sabemos que su muerte nos deja un vacío enorme, un vacío que él llenaba con coherencia, simpleza, amor a la Patria y al pueblo argentino. Un tipo que, a su modo, trató de enseñarnos a los argentinos el camino para madurar como sociedad, como pueblo.
Que Dios guarde a este gran argentino en su gloria y conserve en la memoria de los argentinos su obra social.
Dijo una vez un poeta que todos tenemos cura cinco minutos antes de la muerte. Y yo agrego todos tenemos una oportunidad de aprender de alguien cinco minutos antes de que nos deje para siempre.
Los gremios o el sindicalismo argentino no fueron precisamente amables o comprensivos con Alfonsín. Hubo durante su mandato 14 paros generales y movilizaciones en las calles y una oposición a su Gobierno muy rígida, que rayó la intolerancia.
Hoy estamos conmovidos por su partida. No por inesperada, sino porque sabemos desde lo más profundo de nuestros corazones que no vemos en el horizonte cercano lideres sociales que se asemejen a esa figura. Sentimos el dolor de haber un perdido un padre, un guía, un conductor. Ese es el llanto de esta Argentina que cada día se deteriora más en su tejido social y espiritual.
Los argentinos somos ciclotímicos. Es muy probable que en pocas horas más ya nos hayamos olvidado o capaz estemos llorando a un “ídolo” cuya vida es diametralmente opuesta a la que nos mostró Alfonsín.
Recordemos que un día salimos todos a celebrar la decisión de Galtieri de enfrentar a Inglaterra para recuperar la Islas Malvinas – que son argentinas- cuando hacía horas que le reclamábamos a ese gobierno de facto por la muerte y desaparición de miles de personas.
Por eso lloramos a Alfonsín, porque sabemos que su muerte nos deja un vacío enorme, un vacío que él llenaba con coherencia, simpleza, amor a la Patria y al pueblo argentino. Un tipo que, a su modo, trató de enseñarnos a los argentinos el camino para madurar como sociedad, como pueblo.
Que Dios guarde a este gran argentino en su gloria y conserve en la memoria de los argentinos su obra social.
Yamila Fernández - Secretaría de Prensa SATSAID ,Filial San Luis.
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